Rincón literario

del IES Las Encinas

Bienvenidos

Estás ante una revista literaria destinada a dar a conocer los meritorios trabajos de nuestros alumnos del Centro, y que se publica por el Departamento de Lengua Castellana y Literatura con la colaboración de los Departamentos de Francés y de Inglés. En este espacio encontrarás convocatorias a concursos literarios y, sobre todo, los títulos de nuestros alumnos que han sido premiados en algún certamen o que, a juicio de sus profesores, han destacado especialmente.

Nos actualizamos

¡Tenemos novedades! Este curso, y gracias a la colaboración del profesor Pedro Fanega, el blog se actualiza con dos pestañas nuevas, apartados que permanecerán fijos y que esperamos vayáis alimentando con vuestras propuestas con cierta asiduidad. La primera novedad es el espacio que hemos denominado ¡Porque nos gusta! En él iremos publicando textos que nos hayan llamado la atención o nos resulten interesantes, como hasta ahora, pero a los que podremos acceder más fácilmente al estar reunidos en su propio apartado. En segundo lugar, Nuestras reseñas, donde la idea es que vosotros, como lectores, recomendéis esos libros que os han gustado y que por lo general no pertenecen al listado de lecturas obligatorias que se proponen desde el departamento de Lengua, Inglés o Francés... Porque aquí, tenedlo en cuenta, tendrán cabida las reseñas de cualquier lectura que os apetezca recomendar, sin distinción de género o de idioma. Así que, ya sabéis, ¡animaos a compartir vuestra experiencia lectora! Os lo agradecerán vuestros compañeros... y también vuestros profes.

Concurso de Cuentos en Imagen "Une belle histoire"

El departamento de Francés también celebró su Día del Libro, y lo hizo con este concurso que nos ha dejado unos magníficos trabajos que merece la pena compartir con todos vosotros.Este jueves, 3 de junio, se llevará a cabo la entrega de premios en las escaleras principales del edificio. ¡Podremos aplaudir a nuestros ganadores!

Booktuber: ¡recomendamos!

Coincidiendo con el Día del Libro, este año tenemos a algunos alumnos de 3º ESO C que se han animado a meterse en la piel de un booktuber y recomendarnos una lectura... Aquí os dejamos una muestra: un libro para niños y un clásico de misterio para jóvenes y adultos. ¡Buen trabajo!

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26 de septiembre de 2024

"Mo Spáinneach álainn", de Sofía Soriano Carracedo

 Y aquí os dejamos otro precioso relato -ganador también del 1º premio en la categoría 1º a 3º ESO-, que, aunque de título impronunciable, conquistó al jurado de la pasada edición de nuestro certamen literario. Su autora, Sofía Soriano, se encontraba en 3º A y actualmente cursa 4º ESO A.

15 de marzo 1975 

    Querida Hannah: 

    Me gustaría, en primer lugar, agradecerte todos los cuidados que me estás brindando. Soy consciente de que no es sencillo lidiar con mi carácter obstinado y mi continuo rechazo hacia cualquier tipo de ayuda; sin embargo, te conozco lo suficiente como para saber que la testarudez que de mí has heredado, no te permitirá dejarme marchar por las buenas. Quiero que sepas que no he cambiado de parecer. Si realmente ha llegado mi hora, recibiré a la muerte con los brazos abiertos, pues luchar contra lo inevitable sería perder el escaso tiempo que me queda para disfrutar de la vida; y lo mismo te digo a tí. Ya es hora de que dejes de preocuparte tanto por mí y empieces a vivir de verdad. 

    Pero este no es el motivo de mi carta: desde que enfermé, mis memorias me comen por dentro como las malas hierbas. Siento un ardiente deseo de compartir con alguien una etapa de mi vida que, se podría decir, fue de las más felices. Creo que ya es hora de que conozcas la historia de cómo cambió inexorablemente mi vida. Por ello me dispongo a relatar este humilde texto que espero te resulte inspirador, al que he titulado, "Mo Spáinneach álainn". 

*** 

    Corría el mes de octubre de 1942. Las tardes transcurrían lentamente en aquel oscuro apartamento. Hipnotizada por el vaivén del péndulo del reloj de la sala de estar, ansiaba la llegada de la noche, con la esperanza de que al despertar del siguiente día, aquel infierno que era mi vida, no fuera más que un sueño; sin embargo aquello nunca ocurrió. Los días pasaban y todos transcurrían igual de grises. Como de costumbre, salí temprano a dar un paseo por las desoladas calles de Madrid, sobre las que pesaba el yugo de la reciente dictadura. El silencio que reinaba en la ciudad no era más que un vago reflejo de la gran tristeza que la gente sentía en sus corazones. Antes de la guerra solía pasear por la Castellana, mas me había visto obligada a dejar la costumbre, pues me rompía el corazón contemplar que de los majestuosos palacetes que antaño se erguían en sus calles, ahora no quedaba más que polvo y cascote. Toda esperanza del pueblo yacía bajo los escombros de la antes hermosa y alegre Madrid, en cuyo lugar ahora se alzaba una solemne y sombría ciudad habitada por fantasmas. 

    Aquel día volví pronto a casa para cuidar de mi madre, que como ya sabes, había enfermado de tuberculosis. Pero al llegar me la encontré extremadamente pálida, con la mirada perdida en el techo. Daba la sensación de que su alma apenas se sostenía por un fino hilo de vida. Me acerqué despacio y le cogí la mano. Ella se limitó a decir mi nombre en un susurro y a pedirme un singular favor; “Entrega esta carta en la dirección indicada en el reverso”. Mas cuando vi el destinatario, el alma se me cayó a los pies; “Número 4 de Limetree Ave, Adare, Limerick” decía la carta. Yo sabía con certeza que aquello estaba en Irlanda, por lo que pensé que sería una equivocación provocada por los constantes delirios de mi madre. Sin embargo, la serenidad de su expresión me confirmó que no era un error.

-Demasiado hay que no sabes aún -me dijo con pena mi madre. -Sé que parecerá muy precipitado, pero necesito que seas tú la que entregue esta carta en persona. Mi querida Helena, sabes tan bien como yo que tu vida aquí carece de rumbo, y créeme cuando te digo que la mía tampoco lo tenía con tu edad. Este viaje te ayudará a descubrir quién eres de verdad, y confío en que esto te traerá la felicidad. Ahora prepárate mi niña, que ya te he conseguido un pasaje para un barco que zarpa de Santander en dos semanas. Quiero que te vayas y no mires atrás, ya que nada habrás de perder en Madrid. A veces hacen falta grandes cambios para poder encontrar la paz. 

    Dicho esto apretó mi mano y exhaló por última vez. Permanecí en silencio contemplando el inerte cuerpo de mi madre que yacía blanca como la porcelana. Sus últimas palabras me habían dejado totalmente desconcertada, pero mi corazón me decía que debía emprender ese viaje, ya fuera para cumplir la última voluntad de mi madre o por la curiosidad que su inesperada revelación me había despertado. Y así es como, a mi joven edad de 17 años, partí en busca de nuevas oportunidades a una tierra completamente desconocida para mí. 

    Hacía un día desde que había cogido el barco en Santander, y desde entonces me había visto obligada a lidiar con mi estómago para no volver a echar la comida. Era 11 de noviembre y me encontraba en la cubierta, viendo como el barco subía y bajaba al ritmo de las olas mientras sentía que un hombre de pelo rojizo no dejaba de observarme. Cansada por su indiscreción, le lancé una gélida mirada, pero él, con una encantadora sonrisa se acercó y me ofreció su ayuda con los mareos. Este amable irlandés llamado Brian Healy resultó ser médico y todo un aventurero, llevaba dos años viajando por el mundo. Me narró sus más entretenidas aventuras, como una expedición que hizo por el Serengueti donde su coche se quedó sin combustible y tuvo que vivir dos días con la tribu Maasái. También me habló de un viaje que hizo a Berlín, donde le tomaron por un espía inglés y tuvo que pasar tres noches en prisión hasta que fue liberado. Por último me preguntó acerca de mis razones para viajar a Irlanda, y tras responder a su pregunta él me contó que regresaba a su tierra natal por motivos familiares. Dio la casualidad de que ambos nos dirigíamos a Limerick, así que se ofreció a acompañarme a mi destino. Brian me había caído en gracia, por lo que no vi razón para rechazar la oferta, y cuando al fin el barco llegó al puerto de Cork, fuimos a comprar juntos los billetes de tren. He de decir que mi primera impresión del país fue de lo más satisfactoria; la colorida ciudad de Cork llenó mi corazón de alegría, así como su amable y encantadora gente. En el corto día que pasamos en la ciudad, el tiempo cambió innumerables veces, pudiendo pasar rápidamente de una gélida lluvia a un cegador sol otoñal. Sin embargo, no todo era tan feliz como mi emocionado corazón lo pintaba. En el ambiente se podía percibir la melancolía que se cernía sobre el pueblo irlandés. Se sentía una gran confusión entre recuerdos y emociones colectivos que la gente arrastraba y que los edificios dejaban ver en sus fachadas. No pude evitar pensar en la España que yo dejaba atrás. 

    En el tren, mientras veíamos pasar los verdes campos a toda velocidad y la vigorosa lluvia chocar contra el cristal, Brian me contó que hasta 1921 Irlanda había sufrido su propia guerra civil. Durante varios años, la isla había estado en una continua y tediosa guerra para lograr la independencia, y tan solo un siglo antes del conflicto, el pueblo había pasado por una gran hambruna que había acabado con un cuarto de su población. Saber aquello me entristeció, y no pude evitar comparar sus desgracias con las de España. Ciertamente, me resultó reconfortante ver que ambos pueblos, a pesar de sus evidentes diferencias, tenían más en común de lo que cualquiera pudiera imaginar. 

    El tren no tardó más de tres horas en llegar a Limerick. Brian me hizo un rápido tour por su ciudad, y me enterneció ver cuánto le emocionaba estar de nuevo en casa después de tanto tiempo de viaje. Aunque el día estuvo nublado, no me pareció un lugar triste en absoluto, pues casi todas las casas tenían flores en las ventanas. Las alegres canciones en gaélico y la música que se escuchaban dentro de los pubs me animaron. El encanto que tenía el paisaje de la ciudad, con el río atravesándola y los bosques que se veían a lo lejos, incluso me hicieron olvidar por unos instantes la pena que sentía por estar lejos de mi hogar. 

    Brian se despidió de mí y he de reconocer que decirle adiós me apenó. 

    Unos días después me fui hacia el pueblo de Adare, mi destino final, para el cual di un agradable paseo por la campiña irlandesa. Este pueblo era tan encantador como Limerick. Lo recorrí entero en busca del número 4 de Limetree Ave, y cuando al fin lo encontré ya estaba atardeciendo. Tenía los nervios a flor de piel y me llevó un buen rato decidirme a tocar la puerta. Finalmente me armé de valor y lo hice, mientras me peinaba y me alisaba la falda para intentar causar una mejor impresión. Al abrirse la puerta, me llevé una grata sorpresa cuando mis ojos se cruzaron con los de Brian Healy. Él me recibió con alegría y hospitalidad, y con una taza de té en la mano, le conté cuál era el motivo de mi visita. Brian se quedó tan desconcertado como yo semanas atrás. Nuestras dudas se aclararon cuando un anciano alto, severo y delgado entró en la estancia para intervenir en la conversación. 

-Llevaba mucho tiempo esperando esta carta -dijo con una mezcla de emoción y congoja. Yo se la entregué sin oponer resistencia, y el anciano la recibió tembloroso. Con la ayuda de Brian se sentó y nos tuvo a los dos en vilo mientras la leía con una amarga sonrisa en la cara. Cuando terminó se hizo un mar de lágrimas y la dejó caer al suelo. Yo la recogí con cuidado y me dispuse a leerla para mí: 

Querido Roger, 

    Te escribo desde Madrid después de todo este tiempo para decirte que nunca me he olvidado de tí. Llevo unos meses en cama, y mi convalecencia me ha hecho viajar al pasado, a tu lado. Te veo en sueños, tan joven y vivaz como siempre, con ese pelo rojo que la gente juzgaba traicionero. Te veo cuando miro por la ventana, colgado de mi balcón de Chamberí, saltando para que mis padres no te pillaran en mi habitación. Te veo cuando miro el jarrón vacío sobre la mesa, que antes solía estar rebosante de los lirios blancos que tú me regalabas. Te veo cuando recuerdo el barco que te llevaba de vuelta a tu querida Irlanda para luchar en la guerra, la misma que destrozó nuestros sueños de recorrerla juntos algún día. Aún escucho tu voz cuando me susurrabas mo Spáinneach álainn. Por desgracia los años han hecho presa de mí, por lo que dudo que vaya a poder conocer la bella Éire algún día. En mi lugar te mando a mi joven hija, Helena, que confío podrá hallar en Irlanda lo que yo nunca pude encontrar: la libertad de ser quien quiera en una tierra rebosante de belleza y tranquilidad. 

Mi querida Hannah. 

Aquí es donde termina el relato, pues tú ya sabes cómo continúa la historia; tras descubrir aquello decidí que no quería volver a España. Un año después me casé con tú padre, por el cual llevas el apellido Healy. Irlanda simplemente me enamoró, y si mi madre no me hubiera empujado, posiblemente me hubiera marchitado en aquel herido Madrid. Es por esto que quiero hacer lo mismo contigo. Sé que tienes un gran potencial que estás desperdiciando en Limerick, y según tengo entendido ahora que la dictadura está llegando a su fin, en España se respiran nuevos aires. Te adjunto un billete de avión a Madrid. Recuerda ante todo que tu felicidad es lo primero. Viaja, sueña y ve a donde tu corazón te lleve. 

Con amor, 

Tu madre.

"Singladura a lo desconocido", de Blanca Hernández Hernando

 Publicamos uno de los relatos premiados en nuestro concurso literario del curso 23-24, ganador "ex aequo" del primer premio en la categoría de 1º a 3º ESO. Su autora, Blanca Hernández Hernando, de 3º ESO A, se encuentra actualmente en 4º A.

Estábamos a punto de comenzar el viaje, parecía que teníamos resueltos todos los preparativos, nos sentíamos todos muy nerviosos por la singladura a la que nos enfrentábamos; aunque muchos marineros en épocas anteriores la habían realizado, para nosotros resultaba totalmente nueva y un reto que en algunas ocasiones parecía inalcanzable; nos habíamos propuesto en un barco de un palo mayor y uno de mesana el intentar llegar a la desembocadura del Río de La Plata.

    Nuestra intención era salir de Cádiz, hacer una escala técnica en las Islas Canarias, concretamente en la isla de Gran Canaria, en su punta sur más extrema que es Maspalomas, el cual fue el último sitio en el que estuvo Cristóbal Colon antes de lo que él pensaba que iba a descubrir, una nueva ruta hacia las Indias; pero lo que aconteció fue que descubrió todo el continente americano. Pues bien, allí estábamos unos cuantos intrépidos marineros en un velero de unos 15 metros de eslora preparándolo para repetir esa singladura, en el equipo éramos seis amigos, todo hay que decirlo, un poco locos, porque para intentar una navegación de este calibre debíamos de contar con algo más que la ilusión. Estábamos revisando todo el material que teníamos que llevar, entre los cuales los más importantes son los de seguridad, en la popa del barco llevábamos una lancha zodiac montada con un motor de 4HP, que nos serviría  de lancha de emergencia por si fondeamos en alguna bahía sin puerto o pantalán; también llevábamos chalecos salvavidas, balizas de emergencia, amarres, bengalas, trajes de agua, defensas, una pistola en su correspondiente caja metálica, porque no hay que se puede olvidar que en los mares sigue habiendo piratas y que hay que defenderse de ellos, y también llevábamos seis salvavidas distribuidos estratégicamente por la superficie de cubierta.                   

    En relación a los víveres llevábamos latas, comida al vacío, comida deshidratada y algo de comida fresca muy necesaria para no contraer enfermedades como el escorbuto; por supuesto llevamos un aljibe de unos 1.000 litros de agua potable y también disponemos de un sistema solar de potabilización de agua por si no fuera suficiente con el agua almacenada o tuviéramos imprevistos; revisamos toda la ropa, de abrigo, jerséis, bermudas, pantalones, ropa de muda y trajes de agua, a todos nos parecía que llevábamos demasiada ropa para en principio el clima cálido que íbamos a vivir, pero en el mar nunca se sabe y puede aparecer una tormenta y bajar 20 grados la temperatura en cualquier momento. Después de múltiples revisiones, tanto del material como del propio barco, dimos el visto bueno a todo y nos preparamos para zarpar al día siguiente a primera hora del puerto y comenzar nuestra navegación a lo largo del Atlántico.

    El primer día de navegación me desperté a las siete de la mañana y estaba empezando a amanecer, teníamos el sol saliendo por el este y marea alta, estábamos los seis tripulantes ya embarcados, y amigos y familiares estaban esperando a que zarpáramos, icemos las velas y empecemos nuestro magnífico viaje. Vímos las caras de nuestros amigos y de nuestros familiares a la vez ilusionados y preocupados, también nosotros compartíamos esa ilusión y esa preocupación al no saber lo que nos vamos a encontrar en toda la navegación, toqué la bocina para avisar que zarpábamos, todos nos aplaudieron, nos saludaron, y nos vitorearon, Dara soltó amarras de proa, Ángel soltó las de popa y José empujó con el bichero para irnos separando del pantalán “ya empezamos” ,“ya zarpamos” di unos movimientos a la rueda de timón para verificar que responde y me dispuse a arrancar el motor para salir del puerto. Ya con el motor en marcha puse rumbo a la bocana del puerto y poco a poco nos fuimos alejando de la costa, cada vez se veía todo más pequeño. Estábamos saliendo de la bocana y empezamos a izar velas, primero la mayor y después la de mesana. Tuvimos suerte porque el viento estaba a nuestro favor, el barco iba ganando velocidad, y decidimos apagar el motor y navegar, como es el propósito, a vela. El barco ya llevaba su movimiento típico de cabeceo al ir surcando las olas del mar. La proa empezó a salpicarnos espuma y marcamos nuestro primer rumbo oeste para ir dejando atrás el estrecho de Gibraltar. A medida que iba levantando el día y había más luz vimos por babor la costa africana aún todavía cerca de nosotros, a unas veinte millas. Después de cuatro horas de navegación marcamos nuevo rumbo sur dirección a las islas afortunadas. A la velocidad que llevábamos y si se mantenía el viento favorable estimamos que en tres días arribaremos a las costas de Gran Canaria.

    Durante los tres primeros días contamos con un tiempo muy bueno y muy estable, el viento nos ha hecho volar y estábamos a un día de ver las costas canarias.

    En el cuarto día de navegación estábamos a unas escasas cien millas de las Islas Canarias; el tiempo empeoró mucho y teníamos una borrasca muy profunda que se nos acercaba por el oeste y que creíamos que nos alcanzaría antes de llegar a puerto seguro. A mediodía ya con marejadilla, con el cielo muy cubierto y a unas cincuenta millas de Gran Canaria, la luz fue perdiendo intensidad cada vez más rápidamente debido a la tormenta que se avecinaba. Empezamos todos a preparar el barco para protegerlo de la tormenta, apenas habíamos avanzado, y casi tuvimos que arriar la vela mayor, pero si totalmente la de mesana; el barco se movía como un corcho en todas las direcciones, todos los que estábamos en cubierta nos enganchamos a la línea de vida porque cada vez los envites de las olas eran de mayor fuerza y en cualquier momento alguno de nosotros podía ser lanzado por la borda. “¡Parecía mentira! si hubiera buen tiempo ya estaríamos viendo la isla, pero con este tiempo podríamos tenerla casi delante y no la veríamos…” dijo Ángel desesperado viendo cómo empeoraba la situación.

    La tormenta cada vez arreciaba más, con olas de tres o cuatro metros, algunas de ellas nos han rompieron por estribor; “¡llueve como nunca hemos visto!” “¡Se nos cae el cielo encima!”, no distinguíamos el mar del agua del cielo… Todos llevábamos puestos los trajes de agua, los chalecos salvavidas, los arneses y las líneas de vida y nos era casi imposible aguantar los golpes del mar, tan cerca y tan lejos a la vez, ya dudábamos de si en aquellas condiciones íbamos a poder llegar a la costa, no la distinguíamos. Nos vimos obligados a arrancar el motor para no ir a la deriva y que la tormenta no causará más daños al barco. Nos acababa de entrar otra ola, había barrido todo de estribor a babor, arrancado parte de la barandilla y también había roto la botavara, pese a que estaba perfectamente sujeta y protegida. Casi le dio a Carlos, le pasó raspando, nos estaba entrando agua en el casco y varios de nosotros estábamos achicando agua con las bombas manuales. Ante tal desastre decidimos lanzar un SOS por radio, no éramos capaces de saber nuestra posición y podíamos chocar en cualquier momento con un islote, unos bajos u otro barco, la situación cada vez se volvía más dramática, teníamos más agua embarcada y no dábamos abasto a achicar tanta. Se nos había roto parte del tambucho y la vía de agua aumentó aún más, mantuvimos rumbo sur como podíamos y ya llevábamos dos horas terroríficas en la tormenta. Seguíamos desconociendo nuestra posición.

    De repente Ángel gritó “¡luces a babor!”, todos miramos y sí, efectivamente se veían luces entre toda esa tormenta de agua. Viramos y pusimos rumbo a las luces, estaban muy cerca, cada vez más cerca, entre las tremendas olas, la lluvia y la niebla atisbamos las dos luces de entrada a lo que parecía ser la bocana de un puerto, desconocíamos de qué puerto se trataba, pero nos dirigimos a él. Según nos íbamos acercando nos percatamos de que no era una bocana sino otro barco con unas luces extrañamente colocadas de forma que las habíamos confundido con las de un puerto. Dara gritó “¡Corre, gira que nos chocamos!”, yo de inmediato di un fuerte movimiento al timón y giré a estribor, pero cuando pude levantar la vista lo que vi fue inimaginable, una gran ola que nos iba a engullir por completo. No tenía palabras ni pude moverme, pero justo cuando nos iba a tragar y ya todo parecía perdido apareció una especie de remolino o tornado de agua en la ola y lo atravesamos. A partir de ese momento no recuerdo nada hasta que me desperté en la cama de un hospital con dos trabajadores de salvamento marítimo que me preguntaban qué había pasado; ellos me contaron que resultaba que la señal de SOS que transmitimos sí les había llegado y habían salido a nuestro encuentro, pero no sabían qué nos había podido pasar porque el barco estaba en perfectas condiciones y lo que les habían contado mis compañeros, que tampoco recordaban nada a partir de la ola pero ya estaban despiertos, no tenía sentido porque no había habido tormenta en todo el día ni ningún barco del que recibieran señal cerca del nuestro cuando enviamos la señal de SOS.  

    Estábamos todos muy desconcertados por lo que había pasado, pero a la vez contentos, dando gracias a Dios por haber salvado la vida.

    Al día siguiente algunos de nuestros familiares cogieron un avión a Gran Canaria para vernos y saber mejor qué nos había pasado; como ya estábamos bien todos de las mínimas heridas que nos había causado la aventura fuimos a buscarlos al aeropuerto, allí nos volvimos a encontrar con los de salvamento marítimo y nos dijeron que teníamos que ir con ellos, nosotros nos negamos, pero al final nos llevaron en contra de nuestra voluntad. Llegamos a un edificio en Las Palmas y allí nos explicaron un fenómeno que pudo ser el que aconteció; nos explicaron que podría haber sido algo que otra gente ya ha experimentado en otros lugares, lo que ocurre es que salen de nuestro universo en algún momento y no recuerdan cómo se reintroducen, esto no se sabe porqué se produce, pero algunas veces sucede. Nos dijeron que estarían en contacto para hacernos preguntas a ver si podían descubrir algo y así quedamos, de todas formas, nosotros continuábamos aturdidos y con muchas dudas, acabábamos de descubrir que habíamos estado en otra dimensión y que esta misma existía, lo cual también desconocíamos.  

    Nos encontramos con nuestras familias más tarde de lo esperado y tratamos de explicarles lo que nos había sucedido, pero ellos no lo creyeron, lo cual era comprensible, yo en su lugar tampoco lo haría,  pero sí ocurrió.