Publicamos uno de los relatos premiados en nuestro concurso literario del curso 23-24, ganador "ex aequo" del primer premio en la categoría de 1º a 3º ESO. Su autora, Blanca Hernández Hernando, de 3º ESO A, se encuentra actualmente en 4º A.
Estábamos a punto de comenzar el viaje, parecía que teníamos resueltos todos los preparativos, nos sentíamos todos muy nerviosos por la singladura a la que nos enfrentábamos; aunque muchos marineros en épocas anteriores la habían realizado, para nosotros resultaba totalmente nueva y un reto que en algunas ocasiones parecía inalcanzable; nos habíamos propuesto en un barco de un palo mayor y uno de mesana el intentar llegar a la desembocadura del Río de La Plata.
Nuestra intención era salir de Cádiz, hacer una escala técnica en las Islas Canarias, concretamente en la isla de Gran Canaria, en su punta sur más extrema que es Maspalomas, el cual fue el último sitio en el que estuvo Cristóbal Colon antes de lo que él pensaba que iba a descubrir, una nueva ruta hacia las Indias; pero lo que aconteció fue que descubrió todo el continente americano. Pues bien, allí estábamos unos cuantos intrépidos marineros en un velero de unos 15 metros de eslora preparándolo para repetir esa singladura, en el equipo éramos seis amigos, todo hay que decirlo, un poco locos, porque para intentar una navegación de este calibre debíamos de contar con algo más que la ilusión. Estábamos revisando todo el material que teníamos que llevar, entre los cuales los más importantes son los de seguridad, en la popa del barco llevábamos una lancha zodiac montada con un motor de 4HP, que nos serviría de lancha de emergencia por si fondeamos en alguna bahía sin puerto o pantalán; también llevábamos chalecos salvavidas, balizas de emergencia, amarres, bengalas, trajes de agua, defensas, una pistola en su correspondiente caja metálica, porque no hay que se puede olvidar que en los mares sigue habiendo piratas y que hay que defenderse de ellos, y también llevábamos seis salvavidas distribuidos estratégicamente por la superficie de cubierta.
En relación a los víveres llevábamos latas, comida al vacío, comida deshidratada y algo de comida fresca muy necesaria para no contraer enfermedades como el escorbuto; por supuesto llevamos un aljibe de unos 1.000 litros de agua potable y también disponemos de un sistema solar de potabilización de agua por si no fuera suficiente con el agua almacenada o tuviéramos imprevistos; revisamos toda la ropa, de abrigo, jerséis, bermudas, pantalones, ropa de muda y trajes de agua, a todos nos parecía que llevábamos demasiada ropa para en principio el clima cálido que íbamos a vivir, pero en el mar nunca se sabe y puede aparecer una tormenta y bajar 20 grados la temperatura en cualquier momento. Después de múltiples revisiones, tanto del material como del propio barco, dimos el visto bueno a todo y nos preparamos para zarpar al día siguiente a primera hora del puerto y comenzar nuestra navegación a lo largo del Atlántico.
El primer día de navegación me desperté a las siete de la mañana y estaba empezando a amanecer, teníamos el sol saliendo por el este y marea alta, estábamos los seis tripulantes ya embarcados, y amigos y familiares estaban esperando a que zarpáramos, icemos las velas y empecemos nuestro magnífico viaje. Vímos las caras de nuestros amigos y de nuestros familiares a la vez ilusionados y preocupados, también nosotros compartíamos esa ilusión y esa preocupación al no saber lo que nos vamos a encontrar en toda la navegación, toqué la bocina para avisar que zarpábamos, todos nos aplaudieron, nos saludaron, y nos vitorearon, Dara soltó amarras de proa, Ángel soltó las de popa y José empujó con el bichero para irnos separando del pantalán “ya empezamos” ,“ya zarpamos” di unos movimientos a la rueda de timón para verificar que responde y me dispuse a arrancar el motor para salir del puerto. Ya con el motor en marcha puse rumbo a la bocana del puerto y poco a poco nos fuimos alejando de la costa, cada vez se veía todo más pequeño. Estábamos saliendo de la bocana y empezamos a izar velas, primero la mayor y después la de mesana. Tuvimos suerte porque el viento estaba a nuestro favor, el barco iba ganando velocidad, y decidimos apagar el motor y navegar, como es el propósito, a vela. El barco ya llevaba su movimiento típico de cabeceo al ir surcando las olas del mar. La proa empezó a salpicarnos espuma y marcamos nuestro primer rumbo oeste para ir dejando atrás el estrecho de Gibraltar. A medida que iba levantando el día y había más luz vimos por babor la costa africana aún todavía cerca de nosotros, a unas veinte millas. Después de cuatro horas de navegación marcamos nuevo rumbo sur dirección a las islas afortunadas. A la velocidad que llevábamos y si se mantenía el viento favorable estimamos que en tres días arribaremos a las costas de Gran Canaria.
Durante los tres primeros días contamos con un tiempo muy bueno y muy estable, el viento nos ha hecho volar y estábamos a un día de ver las costas canarias.
En el cuarto día de navegación estábamos a unas escasas cien millas de las Islas Canarias; el tiempo empeoró mucho y teníamos una borrasca muy profunda que se nos acercaba por el oeste y que creíamos que nos alcanzaría antes de llegar a puerto seguro. A mediodía ya con marejadilla, con el cielo muy cubierto y a unas cincuenta millas de Gran Canaria, la luz fue perdiendo intensidad cada vez más rápidamente debido a la tormenta que se avecinaba. Empezamos todos a preparar el barco para protegerlo de la tormenta, apenas habíamos avanzado, y casi tuvimos que arriar la vela mayor, pero si totalmente la de mesana; el barco se movía como un corcho en todas las direcciones, todos los que estábamos en cubierta nos enganchamos a la línea de vida porque cada vez los envites de las olas eran de mayor fuerza y en cualquier momento alguno de nosotros podía ser lanzado por la borda. “¡Parecía mentira! si hubiera buen tiempo ya estaríamos viendo la isla, pero con este tiempo podríamos tenerla casi delante y no la veríamos…” dijo Ángel desesperado viendo cómo empeoraba la situación.
La tormenta cada vez arreciaba más, con olas de tres o cuatro metros, algunas de ellas nos han rompieron por estribor; “¡llueve como nunca hemos visto!” “¡Se nos cae el cielo encima!”, no distinguíamos el mar del agua del cielo… Todos llevábamos puestos los trajes de agua, los chalecos salvavidas, los arneses y las líneas de vida y nos era casi imposible aguantar los golpes del mar, tan cerca y tan lejos a la vez, ya dudábamos de si en aquellas condiciones íbamos a poder llegar a la costa, no la distinguíamos. Nos vimos obligados a arrancar el motor para no ir a la deriva y que la tormenta no causará más daños al barco. Nos acababa de entrar otra ola, había barrido todo de estribor a babor, arrancado parte de la barandilla y también había roto la botavara, pese a que estaba perfectamente sujeta y protegida. Casi le dio a Carlos, le pasó raspando, nos estaba entrando agua en el casco y varios de nosotros estábamos achicando agua con las bombas manuales. Ante tal desastre decidimos lanzar un SOS por radio, no éramos capaces de saber nuestra posición y podíamos chocar en cualquier momento con un islote, unos bajos u otro barco, la situación cada vez se volvía más dramática, teníamos más agua embarcada y no dábamos abasto a achicar tanta. Se nos había roto parte del tambucho y la vía de agua aumentó aún más, mantuvimos rumbo sur como podíamos y ya llevábamos dos horas terroríficas en la tormenta. Seguíamos desconociendo nuestra posición.
De repente Ángel gritó “¡luces a babor!”, todos miramos y sí, efectivamente se veían luces entre toda esa tormenta de agua. Viramos y pusimos rumbo a las luces, estaban muy cerca, cada vez más cerca, entre las tremendas olas, la lluvia y la niebla atisbamos las dos luces de entrada a lo que parecía ser la bocana de un puerto, desconocíamos de qué puerto se trataba, pero nos dirigimos a él. Según nos íbamos acercando nos percatamos de que no era una bocana sino otro barco con unas luces extrañamente colocadas de forma que las habíamos confundido con las de un puerto. Dara gritó “¡Corre, gira que nos chocamos!”, yo de inmediato di un fuerte movimiento al timón y giré a estribor, pero cuando pude levantar la vista lo que vi fue inimaginable, una gran ola que nos iba a engullir por completo. No tenía palabras ni pude moverme, pero justo cuando nos iba a tragar y ya todo parecía perdido apareció una especie de remolino o tornado de agua en la ola y lo atravesamos. A partir de ese momento no recuerdo nada hasta que me desperté en la cama de un hospital con dos trabajadores de salvamento marítimo que me preguntaban qué había pasado; ellos me contaron que resultaba que la señal de SOS que transmitimos sí les había llegado y habían salido a nuestro encuentro, pero no sabían qué nos había podido pasar porque el barco estaba en perfectas condiciones y lo que les habían contado mis compañeros, que tampoco recordaban nada a partir de la ola pero ya estaban despiertos, no tenía sentido porque no había habido tormenta en todo el día ni ningún barco del que recibieran señal cerca del nuestro cuando enviamos la señal de SOS.
Estábamos todos muy desconcertados por lo que había pasado, pero a la vez contentos, dando gracias a Dios por haber salvado la vida.
Al día siguiente algunos de nuestros familiares cogieron un avión a Gran Canaria para vernos y saber mejor qué nos había pasado; como ya estábamos bien todos de las mínimas heridas que nos había causado la aventura fuimos a buscarlos al aeropuerto, allí nos volvimos a encontrar con los de salvamento marítimo y nos dijeron que teníamos que ir con ellos, nosotros nos negamos, pero al final nos llevaron en contra de nuestra voluntad. Llegamos a un edificio en Las Palmas y allí nos explicaron un fenómeno que pudo ser el que aconteció; nos explicaron que podría haber sido algo que otra gente ya ha experimentado en otros lugares, lo que ocurre es que salen de nuestro universo en algún momento y no recuerdan cómo se reintroducen, esto no se sabe porqué se produce, pero algunas veces sucede. Nos dijeron que estarían en contacto para hacernos preguntas a ver si podían descubrir algo y así quedamos, de todas formas, nosotros continuábamos aturdidos y con muchas dudas, acabábamos de descubrir que habíamos estado en otra dimensión y que esta misma existía, lo cual también desconocíamos.
Nos encontramos con nuestras familias más tarde de lo esperado y tratamos de explicarles lo que nos había sucedido, pero ellos no lo creyeron, lo cual era comprensible, yo en su lugar tampoco lo haría, pero sí ocurrió.