Rincón literario

del IES Las Encinas

18 de junio de 2020

Fábula del Oso y la Ardilla


Guillermo Chimeno (1º ESO A)


Amanece el primer día de la primavera, las flores comienzan a despertar, los animales salen de sus casas y el paisaje se inunda de verde.

La pequeña Ardilla sale de su madriguera como cada mañana y va en busca de comida, la recolecta y la almacena en el árbol donde vive para tener provisiones durante el duro invierno.

El Oso, que era muy perezoso, despierta de su cueva después de su larga hibernación, por fin ha terminado el invierno, pero tiene mucha hambre y sale en busca de comida. Mientras pasea por el bosque, se encuentra con a la Ardilla que estaba recolectando comida, decidió seguirla y ver dónde la guardaba. Descubrió que la acumulaba dentro del árbol, y esperó a que la Ardilla se fuera para robarla.

Al día siguiente, la Ardilla fue a dejar la comida al árbol y se encontró que no tenía nada. Decidió investigar para saber quién le había robado la comida que llevaba tanto tiempo guardando.

-          Buenos días, Sr. Cuerpo espín.
-          Buenos días, Sra. Ardilla, la veo preocupada, ¿puedo ayudarla?
-          ¿Podría hacerle una pregunta?
-          Pues claro que sí.
-          Ayer me robaron toda la comida de mi madriguera, ¿vio usted a alguien?
-          Pues sí, por la tarde vi al Oso merodeando cerca de su casa.
-          Muchas gracias por la información, que tenga un buen día.

La Ardilla fue a la cueva del Oso para buscar pruebas y encontró cascaras de avellanas… De repente, apareció el Oso.
-          ¿Qué está usted buscando Sra. Ardilla en mi cueva?
-          Ayer me robaron toda la comida que llevo acumulando desde el otoño, ¿sabe usted quien pudo ser?
-          No tengo ni idea.

La Ardilla decidió continuar cogiendo provisiones para el próximo invierno, pero esta vez la almacenaba en lo alto del árbol para asegurarse de que el Oso no volviera a robarlas. Y tuvo una idea, hacerle una trampa al Oso: decidió envolver unas piedras con las cascaras de las avellanas y colocarlas dentro del árbol.

Y pasó la primavera,  todo cambió, los árboles perdieron sus hojas y el bosque se quedó sin color, el Oso tenía que acumular comida en su estomago para pasar el invierno y se acordó de la Ardilla. Esa mañana, cuando la Ardilla salió de su casa, el Oso, escondido detrás de unos arbustos, fue en busca de la comida y de un trago se la comió toda.

Al día siguiente, el Oso despertó con fuertes dolores de tripa y no podía moverse. La Ardilla que estaba paseando por el bosque escuchó su llanto y fue a ver qué le pasaba.

-          Buenos días, Sr. Oso. Le he escuchado lamentarse, ¿qué le ocurre?
-         Buenos días, Sra. Ardilla, quizás usted pueda ayudarme, me duele mucho el estómago y no me puedo levantar.
-          ¿Y qué ha comido usted para que le duela Sr. Oso?
-          Lo siento mucho Sra. Ardilla, dijo el Oso muy triste, ayer me comí toda su comida, y me ha sentado mal.
-         Estará usted unos días mal, Sr. Oso, porque ya sabía yo que era usted el que me robaba la comida que con tanto esfuerzo  guardaba. Espero que esto le sirva de escarmiento y que si necesita algo me lo pida y yo, amablemente, lo compartiré con usted.
-          Lo siento Sra. Ardilla, nunca más volveré a robarle su comida.