Rincón literario

del IES Las Encinas

19 de noviembre de 2017

Ojos de cristal


Atravesando un pasillo que debía haber estado vacío, una pequeña camina produciendo un tenebroso sonido al avanzar , su piel completamente pálida…Con penetrantes ojos de cristal.
O esa era la idea. 
La muñeca estaba sostenida por las gentiles manos de una niña que reía mientras la alzaba y movía como si fuese un avión, algo que  a esta muñeca le ofendía y molestaba.
La muñeca, una muñeca ichimatsu, fue tratada por las manos de un artesano profesional japonés, hacía ya mucho tiempo. Fue construida con precisión, cuidado y esfuerzo, para luego, con el paso de generaciones, ser tirada al desván por “dar mucho miedo”, “estar maldita”, o “ser demasiado realista”.
Pasaron días, meses, años… Estación a estación ella seguía apoyada en un estante viejo, y su pelo iba creciendo poco a poco…
Un día de tormenta, con todas las luces de la casa apagadas, atraída por el deseo de que la hicieran caso, su cuerpo pequeño y desgastado se empezó a mover poco a poco, a caminar despacio, persiguiendo a las dos niñas de la casa por un pasillo que ya ni reconocía… Susurrando, insistiendo con voz tétrica y estridente, que jugaran con ella.
El matrimonio, sobrecogido por el acontecimiento paranormal que tuvo lugar en su casa y  el cual acechó a sus dos hijas, decidió  deshacerse de la muñeca entregándosela al sacerdote del pueblo.
Esta se quedó en casa del sacerdote, pero no volvió a moverse ni a hablar, metida en su caja de cristal. Pensó que, con el tiempo, su existencia se consumiría sin dejar rastro. En ese entonces, era lo único en lo que pensaba, en desparecer, ya que no era querida.
Intentaba ignorar el paso del tiempo, los sonidos, las motas de polvo que se le acumulaban en la cima de la caja, las arañas… y aún más importante, la curiosa niña, al parecer hija del sacerdote, que venía a visitarla todos los días aunque siempre asomando sólo la cabeza. Y ahí se quedaba, detrás de una columna, observando.
La muñeca pensó que se cansaría o le daría miedo y dejaría las visitas. Pero inesperadamente fue rutinariamente, cada vez acercándose más y más, cogiendo confianza. A veces traía otras muñecas o puzles y se quedaba ahí, expectante a que ocurriese algo.
Cada día, a la muñeca  le daban más ganas de preguntarle a aquella chica qué hacía visitándola, pero sabía que con un ligero movimiento saldría corriendo, asustada, y la mandarían a otra casa distinta, con otro desván y otra familia. Y pensar en ello le producía un dolor inexplicable.
Pasaban los días y la niña se abría más, despedía y saludaba, hablaba de su colegio, de sus amigos, y la muñeca escuchaba atentamente sus historias, deleitada por lo que llaman “compañía”.
Una tarde, la niña, contando una historia de cómo se tropezó mientras jugaba a los relevos, paró súbitamente de hablar, observó fijamente a la muñeca y dijo: “¿Sabes? Tienes unos ojos preciosos, y tu piel de porcelana es tan blanca y tan bonita… Se nota que te hicieron con mucho cuidado y cariño para alegrar a una niña especial.”
La muñeca no acababa de creer que alguien pudiera dedicarle tales palabras. ¿Era eso verdad? ¿Podía una muñeca como aquella ser linda?
La niña esperó por una reacción, pero no hubo respuesta. Se dio media vuelta y dio su visita por terminada. Al acercarse a la puerta, giró levemente su cabeza para ver de reojo a la muñeca, y pudo distinguir una bella y amplia sonrisa.
Al día siguiente, la niña acudió con unas tijeras, tela y un costurero.Cogió a la muñeca japonesa, le cortó el pelo y lo decoró con una diadema.Cosió con tela de estampados florales un vestido “baby doll” con corte canesú y un lazo en la espalda que llegaba al suelo.
La niña limpió la caja de cristal, puso un par de pegatinas de diferentes flores y la puso en un estante de la sala de estar, para que todos vieran la belleza de su nueva muñeca.

CATALINA RUEDA, 3º ESO C