Yo soy Solange, no tengo una edad exacta, nací el día de la gran tormenta,
la gente dice que la tormenta fue hace unos once años y yo los creo, por lo que
debo de tener once años. Salí de Goma, mi hogar, hace nueve meses con mi madre,
mi hermano mayor y mi hermana recién nacida. Mi hermana murió durante una noche
en el desierto y mi hermano está desaparecido desde hace una semana, pero me
adelanto. Goma es una ciudad en la República Democrática del Congo conocida por
sus conflictos continuos y extremadamente violentos. Huimos del horror buscando
una nueva vida en Europa, un lugar donde todo es gratis y la policía te protege
de verdad, un lugar con esperanzas y futuro. Todavía no he llegado, pero segura
de que es así, porque si no, no tendrían tan protegida la frontera. Es normal, ellos solo quieren proteger su gran
preciado tesoro, la libertad.
El viaje hasta aquí fue largo, tuvimos
que atravesar selvas, desiertos y ciudades. Las noches fueron frías y los días
cálidos. Pero ya estamos casi, en línea recta sólo estamos a 15 kilómetros del
continente europeo. Ahora mismo estoy en un campamento cerca de la valla de
Ceuta con mi madre. Aquí hace mucho frío, pero podemos soportarlo gracias a la
ropa que nos regala una anciana, está un poco gastada pero nos ayuda a superar
el frío.
La gente que hay aquí es muy buena,
comparten todo lo que tienen y te ayudan si los necesitas, sin embargo, mi
madre insiste mucho en que no hable con los hombres que andan por el campamento
de noche. Nosotras estamos empezando a quedarnos sin dinero, entre el viaje por
el desierto, la comida y el agua; mi madre ya ha gastado casi todos sus
ahorros, ella espera poder encontrar un buen trabajo una vez estemos en Europa.
Mañana por la tarde saldremos a coger un
barco que nos llevará a la playa al otro lado del mar, ella ha pagado mucho por ese viaje, yo tengo un poco de miedo, pero ella me
ha dicho que me enseñará a nadar entre esta tarde y mañana por la mañana.
Espero que este intento de cruzar la frontera salga bien, porque no me gustaría
que acabase como el de la semana pasada, ni a mí, ni a ninguno.
2. El muro que nos separa de los sueños
La semana pasada intentamos cruzar la
valla que nos separa de Ceuta, pero todo salió mal. Todas las personas que nos
alojábamos en el antiguo campamento salimos en dirección a Ceuta a las cinco de
la mañana. Cuando vimos la valla por primera vez todavía no había mucha luz
diurna, los hombres más jóvenes, como mi hermano, comenzaron a saltar el muro
muy rápido, era una valla horrible: era alta, ancha y peligrosa. Tenía alambre
de espino por todas partes, y una vez que cruzabas la primera parte, se alzaba
otra valla todavía más alta y peligrosa.
Todo ocurrió muy rápido, cuando los
hombre fuertes ya se habían colocado a lo largo del recorrido y habían apartado
los obstáculos peligrosos empezaron a ayudar a las mujeres y a los niños a
cruzar. Mientras saltaba la primera valla me di cuenta de que todo estaba repleto
de cámaras de todo tipo, pero no le di importancia hasta más tarde.
Cuando casi todos estábamos ya en el
lado español de la valla se vieron las luces de un coche de policía a la cual
los españoles llaman “Guardia Civil”. Yo estaba con mi madre y mi hermano
celebrando haber llegado a Europa cuando les vimos. Al principio me alegré
porque creía que ellos nos ahorrarían el rato andando hasta el puerto de Ceuta,
pero cuando salieron los Guardias Civiles de los coches con sus cascos y sus
palos, empezaron a arrestar y pegar a la gente que corría comprendí porque
estaban aquí y porque había tantas cámaras.
En ese momento mi madre me agarró del brazo y me arrastró colina abajo,
pude ver a mi hermano mayor abriéndose paso entre la multitud en dirección a la
ciudad, no sé si lo consiguió, ya que fue la última vez que vi a mi hermano. La
colina por la que bajábamos corriendo se llenó de personas con casco y palos, a
mí madre y a mí nos cogieron sin mucha dificultad y nos metieron en uno de sus
coches. Al cabo de un rato nos bajaron del coche y nos empujaron brutalmente al
otro lado de la valla por una puerta grande y protegida. Al volver al antiguo
campamento buscamos a mi hermano pero allí solo encontramos a gente cansada y
magullada que no se parecía a mi hermano.
No lo entiendo, los españoles dejan pasar a los refugiados ucranianos, un
país del norte que está en guerra actualmente, como el nuestro. Pero a nosotros
nos atacan si nos acercamos, ¿por qué?
3. La
noche roja
Esa misma noche, cuando todos estábamos descansado de un día tan agotador
se empezaron a oír ruidos de golpes y destrozos, nosotras salimos de nuestra
tienda y observamos con horror lo que sucedía a nuestro alrededor: un enorme
grupo de hombres estaban yendo tienda por tienda robando y golpeando a los que
se resistían. De pronto empezaron los tiros, todo se convirtió en una gran nube
de gente corriendo y robando.
Mi madre cogió el dinero que nos quedaba y se echó a correr, yo hice lo que
me dijo, me mantuve detrás de ella todo el rato, el campamento era un completo
caos, además era tan grande que no se podía salir sin cruzar una zona de
tiroteos. Entonces ocurrió lo peor, las tiendas de la zona central empezaron a
prenderse fuego, y, como el campamento estaba en un bosque, el incendio se
propagó muy rápidamente. La situación parecía el infierno, gente disparando,
corriendo, gritando, quemándose,... quería salir de allí cuanto antes. El cielo
se volvió rojo por el fuego y el suelo estaba lleno de charcos de sangre. Nunca
olvidaré esa noche, grabada en mi memoria a sangre y fuego literalmente.
Arrastrándonos, mi madre y yo conseguimos salir a la playa, allí esperamos
hasta el amanecer.
A la mañana siguiente, regresamos al campamento, mejor dicho, a las ruinas
del campamento. Estaba todo arrasado por el fuego, y no quedaba nada de valor
entre las brasas, los ladrones ya se lo habían llevado. Con algunos de los
supervivientes y los restos del antiguo, nos trasladamos a un nuevo campamento,
el mismo en el que estoy ahora.
4. La
nueva esperanza
Hoy es el día, hoy vamos a cruzar el
estrecho. Me he despertado muy nerviosa, a pesar de las clases intensivas de
natación de mi madre no he aprendido a nadar. Desde la piedra en la que estoy
escribiendo este libro puedo ver los preparativos que le están haciendo a
nuestra barca, aunque más que una barca parece una balsa hinchable. No creo que
se pueda ir más de diez personas en esa barca y vamos a ir treinta. Si no
vuelvo a escribir, eso significará que no he conseguido cruzar el estrecho. No
me fío mucho de la resistencia de esa balsa, pero lo intentaré, nada va a detenerme; así que, sea como sea, lo conseguiré.