Rincón literario

del IES Las Encinas

4 de julio de 2017

La puerta

María Santamarina, 2º ESO A
1º premio Relato, categoría A, IES Las Encinas 2016-17


Todavía me acuerdo del día en que ingresé en este hospital, fue decisión mía, sabía que iba a ser lo mejor para mí. Sin embargo, este sitio casi me hizo enloquecer, por lo que decidí escaparme. Fue una decisión un poco dura, ya que allí todos sabemos que, si no lo consigues, te llevan a “La Puerta”. Es un misterio lo que hay detrás de ella, lo único que sabemos es que nadie regresa. Es el duro castigo que implantan para que nadie intente escapar, sólo lo hacen los que están verdaderamente desesperados, o los que, directamente, quieren acabar con su vida. Debía de estar loca de verdad, porque lo hice.

Ideé un plan para salir de allí, la cosa iba a estar muy complicada; con toda la seguridad y con los guardias, era una tarea imposible. Lo intenté, corrí cuanto pude, pero mi intento fue fallido, y sabía lo que me esperaba. Entre lágrimas y gritos, me sacudí en los brazos de unos hombres que me llevaban sin esfuerzo alguno y sin piedad a mi temido destino, “La Puerta”.

Recorrimos un largo y siniestro pasillo. Al final se podía apreciar una puerta negra, de la que me pareció ver emanar una sombra un tanto peculiar. Una vez que estuvimos a una distancia prudencial, los hombres me dejaron en el suelo y me obligaron a acercarme. Mis temblorosas manos se aferraron al pomo, y la puerta se abrió. Lo único que vi fue vacío y oscuridad, hasta que me empujaron y me interné de golpe en “La Puerta”, un mundo completamente distinto y aterrador. Nadie sabe que existe, pero de vez en cuando le hacemos una visita nocturna, no muy agradable. Es el mundo de las pesadillas.

Miré hacia atrás y vi cómo la poca luz que entraba se desvanecía al cerrar la puerta. Me quedé en completa oscuridad, no se veía absolutamente nada. Mi mente imaginaba cosas terroríficas con las que me podría encontrar allí. Aunque me lo estaba inventando todo y sabía que no era posible, tuve el mal presentimiento de que algo ocurriría en aquel lugar. Sin embargo, podría estar equivocada, porque un buen castigo sería vagar para siempre en la oscuridad, solo, hasta el fin de tus días. A lo mejor ese era mi destino. Eso no lo podía saber, tenía que esperar.

Anduve un rato sin rumbo, sabiendo que no llegaría a ninguna parte. Oscuridad, oscuridad y oscuridad. Eso era todo lo que había allí. Tras pasar lo que me parecieron horas, empecé a sentir cómo un viento helado me envolvía, acompañado de un siniestro susurro. La oscuridad desapareció, y en su lugar vi un paisaje distinto. Estaba en un frondoso bosque lleno de pinos. El cielo estaba muy nublado, parecía que iba a haber tormenta. De repente, oí un crujido y me giré rápidamente. No vi a nadie, pero me asusté y eché a correr. Tras unos minutos, después de comprobar que nadie me seguía, paré a descansar, estaba agotada. Me senté en una roca y esperé a que mi respiración dejara de estar tan agitada. Comencé a oír más crujidos, mi corazón, que ya se había recuperado de la carrera, volvió a acelerarse y mi cuerpo se puso en tensión. Noté que algo me rozaba un brazo, y luego el otro. De pronto, me percaté de que todos los árboles a mi alrededor estaban más cerca de mí, las ramas de cada uno de ellos se extendieron y empezaron a rodearme. Una se aferró a mi muñeca, y tiré para intentar liberarme de ella, pero fue inútil. Las ramas de los árboles me fueron cubriendo por completo, no podía respirar. Grité para pedir ayuda, aunque ya sabía que nadie iba a venir. Cuando sólo me quedaba el último aliento, todo se volvió borroso y el bosque desapareció hasta volver al fondo oscuro de antes. Volvía a estar sumida en la oscuridad. Entonces reflexioné sobre lo que acababa de pasar y me di cuenta de dónde estaba: en aquella sala, lo único que se hacía era vivir una pesadilla detrás de otra. Tenía que salir de allí, llegaría un momento en el que las pesadillas me consumirían, y no quería tener que sufrir aquello.

Pasó un rato hasta que volvió a atraparme otra pesadilla. Esta vez, estaba bañándome en el mar, el agua me mecía tranquilamente, las olas eran suaves, relajantes. De pronto, el mar se enfurecía, yo intentaba llegar hasta la orilla, pero no podía. Las olas me arrastraban hacia dentro y me hundían. Me estaba ahogando, y no podía hacer nada más que intentar luchar por salir a la superficie. Ahí terminó la pesadilla, y regresé al vacío de la sala.

Cada cierto tiempo, venía un mal sueño a atormentarme, cada uno acompañado de una sombra representativa que me avisaba de lo que se aproximaba. Fueron incontables, yo seguía intentando encontrar una forma de salir, pero al final desistí y dejé de luchar. Soñé con que me quedaba encerrada, con terroríficos payasos, con fantasmas… con todos los miedos que os podáis imaginar. Llegó un momento en el que las pesadillas pudieron conmigo, mi alma fue consumida por ellas, sentía que ya eran parte de mí.

Tuve un último sueño, mi mayor miedo. Éste narraba mi estancia en el psiquiátrico. Contaba todo lo que sufrí, lo infeliz que era allí, todo. Una vez finalizado, mi cuerpo se desvaneció, transformándose en una sombra más de aquella sala. Me había convertido en mi peor pesadilla, la última con la que había soñado, y así comprendí por qué nadie volvía. Como los demás, me quedé para siempre en aquella habitación, vagando en la oscuridad y esperando para atormentar ala siguiente víctima.

Me despierto sobresaltada.  Miro a mi alrededor, todo está normal, no hay nada extraño a la vista. Me tranquilizo y vuelvo a recostarme en la cama. La vista se me va a la puerta entreabierta de mi habitación. Fuera, puedo ver el largo pasillo de mi casa, con una puerta oscura al fondo. Esa puerta de la que no puedo quitar ojo cada noche... ¿Y si me asomo?