María Santamarina (3º ESO B)
3º premio, XXVI Concurso de Cuentos Infantiles y Juveniles
Decidí ir a buscar a Víctor por la mañana
temprano, para que pudiéramos ir al fuerte secreto con los demás. Él vivía en
una calle de casas idénticas, con tejados de pizarra y ladrillos anaranjados.
Su casa era la que quedaba en la esquina, se veía bastante envejecida por el
tiempo, y el jardín estaba descuidado. Crucé corriendo por el césped sin cortar
y llamé a la puerta. Tras un minuto que se me hizo eterno, la puerta por fin se abrió y salió Víctor, en pijama y despeinado.
-¿Samuel? ¿Qué haces aquí tan pronto?
-Tenemos que ir al fuerte, ¡los demás nos están
esperando! Dicen que hay que hablar de algo muy importante.
-Está bien, dame unos minutos y estaré listo.
Diez minutos después, los dos estábamos de
camino al punto de encuentro secreto, una casita pequeña donde nos reuníamos
cada semana con nuestro grupo de amigos para hablar y jugar. Se encontraba en
medio del campo, donde no pasaba mucha gente y podíamos hacer lo que
quisiéramos. Dentro solo había una mesita de madera y un farol colgando del
techo para iluminar la estancia si era de noche. Aunque era poco, no
necesitábamos nada más, porque siempre lográbamos encontrar otras maneras de
divertirnos. Cuando llegamos, entramos agachados por la puertecita del fuerte y
vimos a los niños sentados.
-¡Ya era hora!- dijo Nicolás, un chico con gafas
y pelo rizado.
-Lo sentimos, no podíamos venir antes, ¿verdad,
Víctor?
-Sí - Víctor no hablaba mucho delante de la
gente, era un tanto peculiar, pero igualmente era mi mejor amigo. Conmigo sí
que hablaba, y me contaba que tenía bastantes problemas con su padre en casa.
Su madre se había marchado hacía años, y los había dejado solos.
-Bueno, he pensado algo y quiero que me deis
vuestra opinión al respecto, chicos- dijo Gonzalo.
-¡Dilo de una vez, que nos tienes intrigados!-
respondió Alejandro.
-Está bien. Propongo hacer un juramento de
amistad. Esto hará que permanezcamos unidos siempre, y nos aseguraremos de que
jamás dejaremos de ser amigos.
-Es una buena idea. Supongo que todos estamos de
acuerdo, ¿no?
-Sí, por supuesto- corearon los niños.
A todos se les veía emocionados, excepto a
Víctor, que expresaba su emoción con un leve asentimiento de cabeza.
-A mí me gustaría hacerlo esta noche, aquí
mismo. ¿Qué os parece? - dijo Gonzalo.
-¡Perfecto! Además, he oído que esta noche habrá
tormenta... así será más emocionante.
-¿Tormenta?- intervine yo. Sabía que iba a ser
muy difícil convencer a Víctor para que viniera hasta aquí en plena noche, y
aún más con tormenta. Sin embargo, me sorprendió que su respuesta no fuera
negativa. Mientras volvíamos a casa, un rato más tarde, tras haber jugado con
los demás a un juego de cartas que había traído Alejandro, le pregunté qué pensaba
hacer.
-Iré al fuerte esta noche, creo que es algo
importante.
-¿Seguro? Si te da mucho miedo, nadie te obliga
a ir.
-Samuel, voy a ir.
-Está bien, está bien. Pasaré a buscarte a eso
de las once y media, para que podamos hacer el juramento a medianoche.
Me pasé todo el día pensando en lo valiente que
iba a ser Víctor. Desde pequeño había tenido miedo a salir en una noche de
tormenta, ya que su padre le había hablado del peligro que suponía con mucha
exageración. Antes de salir, cogí un chubasquero azul marino y unas botas de
agua. El cielo ya estaba oscuro y se empezaban a oír truenos. Salí de mi casa y
fui a buscar a Víctor. Doblé la esquina de su calle y lo vi sentado en las
escaleras de la puerta de su casa, esperándome. Al igual que yo, llevaba un
chubasquero y unas botas, pero de color verde. Sus ojos azules reflejaban el
miedo que tenía, pero que no quería mostrar. En cuanto me vio, se levantó
rápidamente y adoptó una expresión seria para que viera que estaba listo.
-Hola- dijo.
Yo no respondí, solo hice un gesto con la cabeza
para indicar que nos teníamos que ir. Emprendimos el camino al fuerte a paso
ligero. Cuando llegamos a la parte en la que empezaba el campo, comenzó a
llover, al principio poco, luego fue aumentando la intensidad. Víctor no paraba
de mirar a su alrededor con nerviosismo, y le dije que estuviera tranquilo.
Tardamos en llegar unos diez minutos, y corriendo, nos metimos en el fuerte.
Los demás ya estaban allí. Al igual que nosotros, estaban empapados y llenos de
barro. Eran las doce menos diez, decidimos esperar hasta menos cinco para salir
y prepararnos. Cuando llegó la hora, nos pusimos en corro y nos cogimos de las
manos. Miré a Víctor. Su pelo negro estaba empapado, y le resbalaban las gotas
de lluvia por la cara. También noté que estaba temblando, aunque no sabía si
era por el frío o por el miedo que tenía.
-¿Estás bien?- le pregunté.
-Sí.- respondió en voz baja.
Y en ese momento cayó un rayo. Todos nos
sobresaltamos, había caído demasiado cerca, a menos de cien metros. Vi que
Víctor comenzaba a hiperventilar, sabía que lo estaba pasando fatal.
-Víctor, ¡Víctor!, tranquilo- lo agarré por los
hombros para que me hiciera caso, y me miró aterrorizado.
-Venga, acabemos con esto de una vez- dijo
Gonzalo, que también parecía asustado.
Cuando fuimos a darnos las manos de nuevo,
Víctor se soltó de un tirón y dijo:
-Lo siento, no puedo hacerlo. Me voy a casa.
Aunque no podía saberlo porque llovía mucho,
habría jurado que estaba llorando. Se dio la vuelta y comenzó a correr por
donde habíamos venido. Me quedé contemplando su figura borrosa, avanzando bajo
la lluvia, que de pronto se iluminó.
-María, ya es hora de irse.
-Sí, abuelo. Hace un poco de frío.
Mi nieta de seis años me acompaña todas las
semanas a dar un paseo por el campo, y se queda un rato mirando la pequeña
lápida que hay a un lado del camino.
"Aquí mató un rayo a mi amigo Víctor."
Recuerdo como
si fuera ayer haber grabado esta
inscripción en la piedra, pero hace ya más de sesenta años que ocurrió.
-Abuelo, ¿algún día me contarás por qué está
esto aquí?
-Claro, María. Cuando seas mayor.
Me da su pequeña mano y caminamos de vuelta a
casa. Se oye un trueno a lo lejos.