TIEMPO AL TIEMPO, de Alba Fernández
Abrí los ojos. Los rayos del sol me deslumbraron y poco a
poco me fui levantando del suelo. Me costó un poco adaptarme al bullicio que
había a mi alrededor y con lentitud me acerqué al grupo de personas que miraban
lo que parecía ser mi cuerpo. Y entonces lo recordé. Las imágenes pasaron tan
rápido por mi mente como el coche que chocó con el de mi madre.
Pero, ¿qué estaba pasando? Mi mente se bloqueó y no podía
pensar en nada. Me quedé observando atónita como cargaban mi cuerpo y el de mi
madre a la ambulancia. No, esto no puede estar pasando, no puedo estar…muerta.
Seguí a la ambulancia deseando despertar un sábado y que todo fuese un sueño.
Hasta entonces no me di cuenta de lo ligera que parecía, era como si mis pies
no tocaran el suelo.
Pararon en el hospital y seguí a las camillas en las que
nos llevaban hasta una habitación de urgencias.
No entendía que estaba pasando, grité pero nadie parecía
escucharme, incluso intenté conversar con dos médicos que afirmaban que estaba
en coma pero no obtuve respuesta. En ese momento me di cuenta de lo que puede
cambiar la vida en unas horas.
Veía el entrar y salir de los médicos y escuchaba sus
conversaciones sobre que comerían esta tarde.
Después de esperar unos minutos, decidieron llevar a mi
madre al quirófano ya que estaba perdiendo mucha sangre. Estuve un largo
periodo sola hasta que entró una enfermera, se acercó a mí y me susurró:
- Tu
propia vida está en tus manos pequeña. Tú decides si seguir luchando o
rendirte.
Podía ver a mis familiares llorando en la sala de espera.
Y entonces él entró, por unos segundos fue el centro de atención de todos lo
que habitaban la sala, incluso el mío.
Jack se independizó nada más cumplir los 18, no quería
seguir viviendo con nuestra madre. Hace unos meses vino a vernos pero ya no era
el mismo, ahora era mucho más maduro. Sigue pensando que mamá no es capaz de
responsabilizarse de mí, que no debería estar a mi cargo. Quería llevarme a
vivir con él y con su esposa. Según él allí tendría una vida mejor y no me afectarían
los problemas de mamá, pero ella se negó. Continua haciendo promesas de que
todo va a cambiar, que vendrá más por casa. Se fue sin despedirse y por un
momento quise subirme al coche e irme con él, pero entonces, madre se quedaría
sola y no podría perdonarme eso. Ella se ocupó de mantenernos como pudo y ahora
yo debo cuidar de ella.
Me le quedé mirando y por un momento creí ver algo de
tristeza en su mirada, como si de verdad le importásemos, como se arrepintiera
de haberse ido en un mal momento. Preguntó en recepción por nosotras y le
dejaron pasar a verme. Los médicos salieron de la habitación y entonces Jack se
sentó a mi lado y lloró. Ya hacía mucho tiempo desde la última vez que le vi
llorar, desde que nuestro padre se fue.
Él y Jack estaban muy unidos, según lo que me contó mamá.
Yo era muy pequeña y ni siquiera recuerdo su rostro, pero a Jack le añoraba.
Un sollozo dejó mis recuerdos a un lado. Todo se quedó en
silencio y solo se oía el tic tac del reloj de la mesilla. Apartó las lágrimas
que le caían por las mejillas y murmuró:
- Lo
siento.
Fueron tan solo dos palabras, dos palabras que lo
expresaban todo.
Su pelo rubio le cubría los ojos mientras abrazaba mi
cuerpo. Y entonces pasó. El doctor entró en la habitación y le susurró algo al
oído. Jack se quedó de piedra, no habló, no se movió, por un momento pensé que
su corazón no latía. Algo no iba bien… y entonces caí en la cuenta.
Salí de la habitación lo más rápido que pude y las
reacciones de mis familiares al hablar con el doctor lo decían todo. Ya no
estaba. Había perdido demasiada sangre en la operación y eso le costó la vida.
No podía aguantarlo más. Ella era mi razón para seguir luchando y ya no estaba.
Me derrumbé y fue entonces cuando empezaron a entrar las enfermeras a la
habitación donde mi cuerpo se encontraba. Fui caminando con dificultad hacia
allí. Nada más entrar distinguí un agudo pitido. Intentaron reanimarme pero yo
ya había tomado mi decisión ya no podía continuar. Me encaminé hacia la
salida. Los pasillos parecían más puros y ya no se oían llantos, no se oía
absolutamente nada. Era una sensación inexplicable, ese dolor que sentía hacía
tan solo unos segundos había desaparecido y esas cadenas que no me dejaban
caminar se habían roto. Al final del pasillo, en la puerta de la salida había
una luz blanquecina. No hacía daño a la vista al mirarla, simplemente estaba
ahí. Era imposible ver lo que había al otro lado y su luz chocaba con las
paredes iluminando el pasillo. La seguí, no sé por qué ni cuándo había tomado
esa decisión pero lo hice. Mi corazón latía con fuerza a cada paso que daba.
Cuanto más me acercaba más recuerdos veía, más cosas sentía. Ví su mano, no sé
si era un producto de mi imaginación o en verdad era real, solamente sabía que
era su mano. Le tendí mi mano y dejé que todo terminase como empezó, cerré los
ojos y crucé.