JULIO SABROSO, 4º ESO
Imagínate que, en vez de haber
nacido en un país en el que puedes vivir con privilegios y calidad de vida,
hubieras abierto los ojos por primera vez en un lugar sin calles asfaltadas,
sin sanidad, sin alimentos, sin agua…
Imagínate que llega la fecha de tu
cumpleaños y no puedes hacer ni una fiesta ni recibir un pequeño detalle, como
tan acostumbrados estamos a recibir, así, sin ningún esfuerzo…
Imagínate llegar a casa, después
de haber estado todo el día buscándote la vida, y no tener nada que comer o, con
suerte, un mísero pedazo de pan y un vaso de agua sucia y sin potabilizar…
Imagínate, imagínate, imagínate…
Estamos acostumbrados a vivir imaginando qué podríamos comprar y poseer,
deseando adquirir todo tipo de cosas mejores de las que ya tenemos… Tenemos la
mala costumbre de querer conseguir cada producto que sale nuevo al mercado y
nunca terminamos de sentirnos llenos ni conformes. Nos sentimos tan frustrados
que no somos capaces de pensar que, no tan lejos, al otro lado del
Mediterráneo, hay gente muriéndose de hambre, mientras que nosotros tiramos un
filete a la basura porque ``nos hemos pasado con la sal´´.
Hay gente que usa las mismas
zapatillas viejas, sucias y rotas durante años, mientras que nosotros, cada seis
meses, cambiamos las nuestras porque ``tienen la puntera despegada´´. Nosotros
nos quejamos cuando un avión se retrasa veinte minutos, mientras que otras
personas tienen que pagar 1.300€ para salir de su país en una barca hinchable,
compartida con otras ochenta personas, cuando el número máximo permitido es de
veinte.
Me preguntáis mi opinión sobre
este tema y, sinceramente, ¿qué queréis que piense? Creo que, con lo que he
escrito, podéis haceros una idea sobre cuál mi punto de vista: nos comportamos
de una manera egoísta e injusta cuando nos quejamos por todo, mientras que
otros son capaces de sonreír aun no teniendo nada. Creo que, en vez de preocuparnos
de problemas insignificantes, deberíamos
tomar conciencia; lo mismo tendrían que hacer los que se dedican a robar
millones y millones de euros. El conjunto de la sociedad debería estar ayudando
a esta gente a salir de su país.
Posiblemente, uno solo de ellos
tenga más valor que todo nuestro país, donde parece que, a la mayoría, les da
igual que cada semana mueran personas en las orillas de nuestros mares por
intentar conseguir el derecho a la libertad y la felicidad.