MARÍA SANTAMARINA GONZÁLEZ, 2º ESO A
-Venga, tú
puedes – me dije a mí misma.
Me encontraba frente a la puerta de mi última
clase. Había tenido un mal día, ya que algunos alumnos un poco rebeldes me
hacían muy difíciles las cosas al dar la lección. Uno hablando continuamente;
el otro lanzando bolitas de papel…, ¡era muy difícil controlar aquella
situación!
Me decidí a entrar al aula, se oía mucho griterío. Al entrar, algunos alumnos se sentaron, otros siguieron corriendo por los alrededores y "pegándose" entre ellos. Yo había aprendido con el tiempo que gritarles no sirve de nada, así que decidí esperar. Pasaron casi cinco minutos hasta que se percataron de mi presencia.
-¡No lo
entiendo, profe!
-¡Yo tampoco!
Ser profesora es un trabajo duro,
hay que tener mucha paciencia. Tras hacer unos cuantos ejemplos, ya lo fueron
entendiendo. Les mandé unos ejercicios para practicar y se pusieron a hacerlos.
Paseándome por las mesas, pillé a los niños pasándose notitas y tuve que soltar
el discurso de siempre. Yo intento hacer las clases más divertidas para que no
se hagan largas, pero algunos no me lo pagan muy bien.