Rincón literario

del IES Las Encinas

13 de enero de 2017

Ser profesor

NICOLÁS CHIMENO, 2º ESO D

Mi nombre es Nicolás Chimeno Escribano. Soy de Madrid y soy profesor de Lengua Castellana.
Imparto clases en el IES Las Encinas, en Villanueva de la Cañada. Es un sitio agradable, con muchos alumnos y mucho movimiento. Hoy he venido a hablaros de cómo son las clases de mi asignatura.

Nada más entrar al aula, todo el mundo está de pie sin sacar nada; bueno, hay algunos que no, que están atentos. Todos los días entro con un “Buenos días, chicos,  ¿qué, con ganas de empezar?”. Todos suspiran y alguno dice que preferiría que se acabase ya.

Yo sonrío y les pido que saquen el libro, que se preparen… Siempre con la misma historia. ¿Cuántas veces tengo que decíroslo para que me hagáis caso? Hoy les he anunciado que vamos a tener una clase de “relax”, porque están en plena época de exámenes y creo que necesitan cierto desahogo. En lo que a mí respecta, no me gusta poner muchos exámenes. Lo primero que se me pasó por la cabeza aquel día fue hablarles de la convivencia. El tema despertó el interés de pocos; la mayoría se mostró indiferente y otros parecían estar a otra cosa, en el mundo de las musarañas.

Uno de los más interesados nos contó una anécdota personal; el chico relató que cuando era pequeño, cada vez que iba al recreo, le llamaban “vaca” y le mugían. Fue entonces cuando una de las chicas (en clase hay unas chicas muy impertinentes, que no saben comportarse), para hacer la gracia soltó un “muuu”. Sentí ganas de no sé muy bien qué y de ponerle una amonestación a esa “niña insolente que mugía en clase para reírse de la gente que estaba gordita”.

Respiré y le dije: “Sandra Morales Pontevedra del Altar, salga de clase y cuente todas las baldosas del pasillo, gracias”. Sonreí irónicamente y le pedí al chico que continuase.
Fue en ese momento cuando me di cuenta de que la risa se había propagado por toda la clase y terminó haciendo que el chico se sintiera incómodo. Tuve que decirles que, como no se callasen, tendrían que hacer una redacción sobre el respeto y cómo tratar bien a un compañero.  De repente, se hizo el silencio.

Cuando el alumno terminó de hablar le di las gracias por colaborar y continué la clase con una anécdota sobre mi propia infancia. Les conté que yo, de pequeño, siempre atendía y hacía los ejercicios, pero que, cuando salía del instituto, me convertía en el peor chaval del mundo, siempre metido en problemas y líos.

Se quedaron muy sorprendidos al imaginarme como un adolescente revoltoso. Fue un chaval llamado Pablo Carvajal el que me preguntó: “¿por qué quisiste dedicarte a esto?”. Le contesté que precisamente un profesor de Lengua de aquella época siempre me estaba diciendo que era “malísimo, el peor alumno del mundo” y que de mayor jamás llegaría a nada y menos aún a ser profesor, así que, sin pretenderlo,  me motivó para conseguir llegar justo a eso: ser profesor. En ese dichoso momento en que me sentía tan feliz, llamaron a la puerta. Era Sandra, que entró informándome de que había contado 14.300 baldosas…
¡Qué difícil hacerse escuchar cuando se va acercando el final! Ya estaban todos preguntando por la hora, con especial insistencia una chica, Alba Sánchez, que terminó sacándome de mis casillas. “Alba Sánchez de la Torre, vaya a por un parte a jefatura, gracias!

Me miró y me dijo poco menos que encantada, que se lo pusiese. Encima, cuando regresó con la amonestación, se iba riendo en plan “soy la más guay porque lo digo yo”. Conforme terminé de firmar el parte, la gente se calló y por fin se quedó quieta. No soy un amante de las amonestaciones; pienso que no hace falta recurrir a ellas, pero hay comportamientos intolerables que no debemos dejar pasar.

Tras echarles el sermón sobre el pésimo ejemplo que daban con aquellas salidas de tono, les di otra de arena, recordándoles que tienen un gran potencial que deben sacar. Al que no hay que desterrar nunca es a ese niño malo que no atiende ni respeta.

Siempre acabo las clases con la misma conclusión: “Chicos, estudiar no lo es todo, hay que saber comportarse”. Y con la última sílaba de mi frase mágica sonó la campana: “Sed buenos”. Se rieron y yo sonreí, pero esta vez no irónicamente, sino con satisfacción. Es lunes a primera hora, a ver si me dura hasta la sexta del viernes.